Pangolines rescatados en un centro de cuarentena de vida silvestre en Tailandia. Foto de: Roengchai Kongmuang / USAID Vida Silvestre Asi...
No hemos aprendido las lecciones del COVID-19 . Después de una pérdida monumental de vidas, una interrupción y miseria incalculables, y tremendos reveses económicos en todo el mundo, nos apresuramos a regresar a la antigua "normalidad" que nos dio esta pandemia y que corre el riesgo de otro resultado igualmente mortal, o peor.
Las emisiones de gases de efecto invernadero de las principales economías están aumentando . El océano se está calentando rápidamente. Nuestro asalto al mundo natural ha sido tan agresivo que ahora, por biomasa, solo el 4 % de los mamíferos vivos son animales salvajes, mientras que el ganado, criado para el matadero, representa aproximadamente el 60 %. En total, 1 millón de especies están ahora en peligro de extinción, y los científicos advierten sobre la “ aniquilación ” biológica .
Cada vez más ni siquiera nos damos cuenta de lo que estamos perdiendo. Entre 1970 y 2016 , el tamaño promedio de las poblaciones de mamíferos, aves, anfibios, reptiles y peces se redujo en un 68 % a nivel mundial. En las subregiones tropicales de las Américas, esa cifra es un asombroso 94%.
Lo que estamos acostumbrados a ver como el tamaño de población "normal" de muchas especies es dramáticamente más bajo que su tamaño histórico; han desaparecido y se han deslizado fuera de la memoria común en nuestro reloj. El eminente científico EO Wilson estimó una vez que alrededor de 27.000 especies se perdían cada año: 74 cada día, tres cada hora, con muchas sin documentar por la ciencia y por lo tanto perdidas para siempre.
A lo largo de la pandemia, el comercio mundial de vida silvestre continuó devastando poblaciones de animales y plantas. Ese comercio ahora afecta a casi una quinta parte de las especies de vertebrados, según los investigadores. Dicho comercio es verdaderamente global: una red a escala planetaria de riesgo y sufrimiento de extinción, y un caldo de cultivo para nuevas pandemias.
Deberíamos haber reconocido la señal de advertencia del COVID-19 y haber comenzado el proceso desafiante pero necesario de un restablecimiento fundamental en nuestra relación con la naturaleza. En cambio, estamos cargando otra bala en la recámara y comenzando otra ronda de ruleta rusa.
Sin embargo, sería un error pensar que COVID-19 fue la primera vez que recibimos una advertencia en el mundo real sobre el vínculo entre el comercio de vida silvestre y el riesgo de pandemias.
Desde que se descubrió el primer coronavirus humano en la década de 1960, los científicos han identificado un total de siete que saltaron de la vida silvestre a las personas. Y el 75 % de las enfermedades emergentes, como el ébola, el síndrome respiratorio de Oriente Medio, el síndrome respiratorio agudo severo y muchas más, nos llegan de los animales. En 2003, una investigación de la Environmental Justice Foundation predijo que “el riesgo de que surja en China otra enfermedad viral previamente desconocida como resultado del contacto directo entre las personas y las especies de vida silvestre es sustancial”.
Los mercados comerciales de vida silvestre no son la única fuente de enfermedades que saltan la barrera de las especies, ya que la pérdida de hábitat y la deforestación también acercan a los humanos a la vida silvestre. Pero representan una amenaza particularmente grave por la gran cantidad de especies que se encuentran en ellos.
Cuantas más especies estén presentes en un espacio pequeño, mayor será el número potencial de nuevos patógenos. Además, las especies que no suelen mezclarse entre sí en la naturaleza tienen más interacciones. Esto significa que un virus tiene más posibilidades de encontrar una ruta de transmisión a los humanos a través de un intermediario, cuando es posible que no haya podido dar el salto directamente. Cada especie añadida vuelve a tirar los dados y multiplica el peligro para nosotros.
Los científicos argumentan cada vez más que no nos tomamos lo suficientemente en serio el tráfico de vida silvestre. Si bien no todo lo que se vende en los mercados comerciales de vida silvestre se trafica, su existencia permite que los individuos capturados ilegalmente de especies que se pueden criar legalmente, como los pangolines, se introduzcan de contrabando en cadenas de suministro legítimas. Esto deja a los encargados de detectar animales capturados ilegalmente con una tarea increíblemente difícil y empuja a la vida silvestre más cerca de la extinción.
La extinción rara vez es un solo evento catastrófico; es una muerte por mil cortes ya que el número de poblaciones de especies y el tamaño de sus hábitats salvajes se reducen lentamente hasta que se vuelven inviables. El consumo humano de vida silvestre, para carne o partes del cuerpo, ahora es una amenaza para la gran mayoría de las especies.
Está claro que nuestra explotación continua de la naturaleza, particularmente en torno al comercio de vida silvestre y los mercados comerciales de vida silvestre, representa tanto una amenaza en términos de posibles enfermedades futuras como un costo en términos de manejo de la pandemia actual. La pregunta no es si hay que pagar un precio serio por nuestra destrucción del mundo natural, sino si ese precio vale la pena. La respuesta es un rotundo no.
Las personas cuyos medios de vida dependen actualmente del comercio de vida silvestre deben recibir el apoyo que necesitan para encontrar medios de vida alternativos, y los países más ricos del mundo pagan una parte justa para apoyar esta transición. Es probable que todavía haya algunos impactos negativos localizados en los ingresos, pero estos impactos deben compararse con el costo monumental de los negocios como de costumbre.
Más de 6 millones de personas han perdido la vida a causa de la COVID-19 al momento de redactar este artículo, con un coste económico estimado de billones de dólares en pérdida del producto interno bruto. Las respuestas de salud pública necesarias han sido asombrosamente costosas y los confinamientos han causado más problemas para muchos. Las naciones que dependen del turismo, como España, se han visto especialmente afectadas económicamente.
No deberíamos quedarnos de brazos cruzados esperando que no llegue la próxima pandemia. Lo hemos intentado y ha fallado. Necesitamos un reinicio fundamental en nuestra relación con la naturaleza.
Nuestros líderes no lograron todos los objetivos relacionados con la naturaleza y la vida silvestre que se propusieron después de la COP 10, la décima reunión de la conferencia de las partes del Convenio sobre la Diversidad Biológica, en 2010, aunque algunos se lograron parcialmente gracias al arduo trabajo de los conservacionistas en el terreno. Hay un fuerte apoyo público para la acción. Con respecto a los mercados de vida silvestre ilegales o no regulados específicamente, existe un apoyo abrumador de personas en países con una larga tradición de estos mercados para que se cierren por razones de salud pública.
En las conversaciones sobre biodiversidad COP 15 de este año, que se llevarán a cabo del 25 de abril al 8 de mayo en Kunming, China, los líderes mundiales deben acordar el próximo conjunto de objetivos, y es de vital importancia que estas discusiones no queden relegadas a ser el “hermano pequeño” de las conversaciones de la COP sobre el clima en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático.
Las crisis de la naturaleza y el clima están íntimamente conectadas y no podemos resolverlas de forma independiente. La buena noticia es que con una acción ambiciosa y concertada, no solo podemos evitar el colapso ecológico, sino que podemos permitir que regrese un mundo natural espectacular y próspero.
Se puede poner fin al devastador comercio de vida silvestre de manera justa y sostenible. Los bosques antiguos, los arrecifes de coral, las praderas y los ríos pueden recuperarse si se lo permitimos. Podemos dejar atrás la espiral descendente de pérdidas de vida silvestre y el deterioro climático acelerado, reemplazándolo con una relación saludable con un mundo natural vibrante, manteniéndonos a salvo de la crisis climática.
Esta no es una visión utópica abstracta. Es algo tangible y real que podemos tener ahora, siempre y cuando restablezcamos nuestra relación con la naturaleza. Pero, eso sí, es un camino que tenemos que recorrer todos juntos. O nos concienciamos del problema o pagaremos las consecuencias de nuestro propio desatino.
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