Un gruista maneja una pinza mecánica en una planta de reciclaje de chatarra. Foto: Frank and Helena / Getty Images. 13 septiembre 2022.- ...
13 septiembre 2022.- En 1997, el capitán estadounidense Charles Moore navegaba a bordo de su catamarán rumbo a California tras partir de Hawai cuando, de repente, se vio rodeado de una mancha flotante de basura compuesta por todo tipo de residuos plásticos. Se trataba del colosal vertedero oceánico, por entonces prácticamente desconocido, que se halla atrapado por las corrientes del giro del Pacífico Norte: una de las pruebas más evidentes de lo mal que hemos gestionado los residuos, en particular el plástico desde que su producción se disparó de forma descontrolada a partir de mediados del siglo pasado.
Pero si en la actualidad esa gestión es problemática, en el pasado fue nula. Hasta hace poco más de un cuarto de siglo la recogida selectiva de residuos sencillamente no existía. Todo iba a parar a unos insalubres vertederos ubicados en las zonas más empobrecidas de las ciudades; gran parte se quedaba allí almacenada y otra era quemada en las plantas de incineración para generar energía en forma de vapor o electricidad.
Afortunadamente, aquel año 1997, ya dentro del marco europeo, se hizo efectiva en nuestro país la Ley de Envases. Con ella aparecieron esos símbolos llamados Puntos Verdes en multitud de envases que garantizan que las empresas fabricantes se responsabilizan de su reciclado a través de un sistema integrado de gestión de residuos (SIG), como los que llevan a cabo entidades tales como Ecovidrio para el vidrio y Ecoembes para los envases domésticos (plástico, bricks, latas, cartón…).
Hoy, 7 de cada 10 envases de vidrio se reciclan y, según los últimos datos disponibles, la tasa de reciclado de vidrio supera el 79,8 %, algo más que la media europea, lo que se consigue gracias a los más de 240.300 contenedores verdes que hay en España.
Si por entonces cada ciudadano español generaba un promedio anual de 505 kilos de residuos urbanos (RSU), siendo España uno de los países que más residuos producía en Europa, hoy, con una producción de 455 kilos de RSU, estamos por debajo de la media europea.
Aunque la evolución es evidente, aún tiramos en la fracción "Resto" el 56 % de la basura. En total, tan solo se recicla el 36 % de los residuos, y el resto se usa para producir energía. Pero las directivas europeas nos instan a elevar ese porcentaje hasta el 65 % en 2035, lo que supone un reto brutal que recae en los ayuntamientos, los cuales en muchas ocasiones ya destinan el 50 % de su presupuesto a este fin.
Otro avance en el campo de la sostenibilidad, la gestión y el tratamiento de residuos, es que por fin se ha aprobado la Ley de Residuos y Suelos Contaminados, que obliga a establecer en todo el territorio nacional la recogida selectiva de materia orgánica y textil, lo que conllevará decidir qué hacemos con todos los subproductos resultantes.
Mientras que la gestión de los envases y del vidrio se ha hecho a la altura de todos los estándares europeos, en lo concerniente al resto de los desperdicios todavía estamos en el furgón de cola.
Pero por mucho que mejoremos la gestión de nuestros residuos, sin duda el buque insignia para un futuro sostenible es implementar una sólida economía circular que permita compartir, alquilar, reutilizar, reparar, renovar y reciclar materiales y productos existentes todas las veces que sea posible para darles nueva vida y generar el mínimo de desechos.
Ello nos lleva a consumir menos. Mucho, mucho menos. Ese es quizás el mayor reto que tenemos por delante a escala global: comprender que debemos cambiar el chip, porque el consumismo desatado que practicamos en la actualidad supera con mucho los límites de regeneración del planeta.
La "economía circular" es más que reciclar. Implica, además, reutilizar para consumir los estrictamente necesario
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