Jenízaros desfilando ante las murallas de Tblisi en 1578. Miniatura del siglo XVI. Biblioteca Británica, Londres. Erich Lessing / Album En...
Jenízaros desfilando ante las murallas de Tblisi en 1578. Miniatura del siglo XVI. Biblioteca Británica, Londres. Erich Lessing / Album |
Entregados como tributo cristiano cuando todavía eran niños, los jenízaros constituían las tropas de élite del Imperio otomano. Durante el siglo XVI tan solo los tercios españoles podían hacerles frente y fue precisamente la Monarquía Hispánica con quien disputaba la hegemonía mundial la Sublime Puerta. En 1571 el mar Mediterráneo fue testigo de una larga y sangrienta batalla que enfrentó a tercios y jenízaros: Lepanto.
22 julio 2023.- Los orígenes del cuerpo de jenízaros se pierden en la leyenda. Algunos afirman que fueron alistados por primera vez en tiempos de Otmán I, a inicios del siglo XIV, pero lo cierto es que los primeros testimonios sobre ellos nos llevan a la década de 1380. De hecho, la primera gran batalla en la que jugaron un papel relevante fue la de Kosovo Polje en 1389, siendo a partir de ese momento decisivos en todas las grandes batallas libradas por los otomanos.
Una de las instituciones más peculiares del Imperio otomano fue el sistema de leva denominado devshirme, «recolecta». En los territorios cristianos conquistados por los turcos –ya fuese en Anatolia, Armenia o en los Balcanes europeos–, los jóvenes de mejores condiciones físicas o intelectuales eran reclutados a la fuerza durante su infancia o adolescencia, entregados por las familias de los territorios conquistados como tributo personal al sultán.
De inmediato se los trasladaba a la capital del Imperio –primero Edirne y desde 1453 Estambul– donde se ponían al servicio del sultán en calidad de «esclavos» (kul). Esta condición servil explica que solo se reclutaran retoños de familias cristianas, pues en teoría un musulmán no puede reducir a otro a la esclavitud.
Tras ser circuncidados y recibir un nuevo nombre musulmán, los jóvenes empezaban el proceso de formación. Los más aventajados eran inscritos en el Enderun, un colegio de élite en el palacio de Topkapi, donde se preparaban para ejercer los puestos de máxima responsabilidad en el Imperio, incluso el de gran visir.
Cuando llegaban a Constantinopla, los niños destinados a convertirse en jenízaros eran internados en cuarteles-escuela llamados Acemi Oglani y se les daba la categoría de cadetes. Así iniciaban una cuidadosa y completa preparación y adiestramiento que duraba siete años y no tenía parangón en ningún ejército europeo de la época. Durante esos siete años, los jenízaros, oficialmente esclavos del sultán, eran convertidos al islam, aprendían a leer y a escribir, se les adiestraba en el manejo del arco compuesto, del arcabuz, del sable y de la artillería. Aprendían a cavar trincheras de asedio y minas, a cruzar ríos, a formar en cuadro… hasta hacer de ellos un cuerpo de infantería de línea que solo podía ser igualado por los tercios españoles. Como signo de que eran esclavos del sultán, a los jenízaros no se les permitía ni casarse, ni dejar crecer su barba y, en los primeros tiempos de su historia como cuerpo de élite, cuando morían en combate, sus bienes y posesiones pasaban a una unidad llamada orta, la cual contaba con unos 200 efectivos.
Los jenízaros contaban con sus capellanes musulmanes –si se permite la comparación– provenientes de los derviches sufíes de la orden Bektasi, y se consideraban a sí mismos como Ghazi, guerreros de la fe. Tras sus siete años de adiestramiento dejaban la condición de cadetes y eran asignados a una orta. Una vez en la nómina de los jenízaros, su sueldo era aumentado, tanto que el sistema del devshirme se limitaba a sí mismo no por la cantidad de potenciales niños cristianos reclutados, sino por el coste tan alto que implicaba mantener al cuerpo de jenízaros. Hacia 1571 los jenízaros de pleno derecho eran 13 599 y los cadetes sumaban 10 000; pues bien, incluso con lo limitado de su número, sus sueldos representaban el 27% de los salarios pagados por el sultán o, si se prefiere, el sueldo de los jenízaros representaba el 10% del presupuesto general del imperio: los jenízaros costaban al año más de 400 000 ducados.
CUERPO DE ÉLITE
La mayoría, sin embargo, eran encaminados a escuelas militares con el objetivo de destinarlos al ejército. Durante al menos seis años, bajo la supervisión de eunucos, se adiestraban en la obediencia absoluta al sultán y aprendían el arte militar. El destino último de la gran mayoría de estos reclutas era ingresar en el cuerpo de los jenízaros o yeniçeri –en turco, «nuevo soldado»–, la fuerza de choque más eficaz y temible del ejército otomano.
Los jenízaros eran conocidos como expertos arqueros, pero también lograron un gran dominio de todo tipo de armas de fuego. Destacaban igualmente como zapadores para excavar túneles bajo los muros de las ciudades asediadas. Su participación en las campañas bélicas de los sultanes fue a menudo determinante, como sucedió en el asedio de Constantinopla, en 1453. Integraban asimismo la guardia personal del sultán, con una guarnición acampada en el primer patio del palacio de Topkapi, junto al arsenal que se había creado junto a la iglesia de Santa Irene.
Yatagán, espada típica de los jenízaros, elaborada en el siglo XIX.La impopularidad de los jenízaros entre la población y su insubordinación frente a los sultanes desembocaron en la dramática supresión del cuerpo en 1826, en el llamado «Venturoso Acontecimiento». Obligados a ponerse un uniforme de estilo europeo, los jenízaros protagonizaron una última revuelta que se saldó con la matanza, únicamente en Estambul, de miles de ellos, muchos a manos de la población a la que habían maltratado durante tanto tiempo.
Portador de cucharón jenízaro. Grabado inglés del siglo XIX. Alamy / ACILa parafernalia jenízara estaba muy ligada a la cocina. Cada mañana, tres jenízaros portaban el caldero del regimiento y repartían la comida entre sus miembros con un gran cucharón. Perder el caldero en combate se pagaba con la expulsión de sus oficiales.
Tal vez el elemento más característico de la vistosa indumentaria jenizara fuera su tocado, el börk. Los jenízaros aprendían desde niños las múltiples maneras de plegar este vistoso turbante, cuya solapa caía por detrás de la cabeza simulando una manga doblada. En un principio, este sombrero estaba coronado por una cuchara, símbolo culinario de unión y camaradería, puesto que era el cubierto con el que los soldados de la unidad comían del caldero común. Con el tiempo, este cubierto fue sustituido por largas plumas de avestruz o penachos colgados del portaplumas que remataba la franja metálica que ajustaba el sombrero a la cabeza. Con la decadencia militar del cuerpo, el börk fue cediendo paso a extravagantes turbantes poco aptos para el combate.
Puede que el origen de las bandas militares esté, precisamente, en el tañido de los instrumentos de percusión y viento que encabezaban la marcha de los jenízaros. Incluso durante los asedios –como el de la misma Constantinopla en 1453–, la estruendosa música de címbalos, tambores y pífanos no cesaba ni de día ni de noche, cumpliendo una doble función: enardecer el ánimo de los mahometanos y, a la vez, de forma directamente proporcional, amedrentar a la población cercada. En aquellas atemorizantes fanfarrias están las raíces de obras tan conocidas como la Marcha turca de Mozart.
Para saber más:
Jason Goodwin. Los señores del horizonte. Alianza Editorial. Madrid 2006.
David Nicolle. The janissaries. Osprey Publishing. Londres, 1995.
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