En 1340 un ejército benimerín cruzó el estrecho de Gibraltar y puso sitio a Tarifa. Alfonso XI "El Justiciero", rey de Castilla,...
El 30 de octubre de 1340 tenía lugar la decisiva batalla del río Salado, cerca de Tarifa, en el Estrecho de Gibraltar, donde las huestes del rey castellano Alfonso XI, auxiliado por las del rey Alfonso IV de Portugal, obtuvieron una sonada victoria frente a las fuerzas del sultán benimerín Abu al-Hasan, auxiliado a su vez por el rey Yusuf I de Granada. Esta batalla marcó el fin de la injerencia norteafricana en el devenir político-militar de al-Ándalus
Los benimerines del norte de África, se sentían atraídos por la debilidad de los gobiernos de Alfonso X en sus últimos años, Sancho IV y Fernando IV, cuyas prontas muertes dejaron al reino en manos de tutores mientras duraban las minorías de edad de los monarcas herederos.
El primer golpe fue el asedio de Tarifa, reconquistada en el año 1292 por Sancho IV de Castilla, en el año 1294, año en el que sucedió uno de los hechos históricos que si han conseguido pasar a la memoria popular, la resistencia heroica de la ciudad por parte de Guzmán el Bueno. Repelidos en Tarifa, poco a poco fueron extendiendo su influencia en Granada y estuvieron preparados para asestar el golpe definitivo en la tercera década del siglo XIV, años en los que el Reino de Castilla se encontraba muy debilitado por la minoría de edad de Alfonso XI.
En el año 1329 y aprovechando la inestabilidad castellana, lograron hacerse, con la ayuda de Granada, de la plaza de Algeciras, ciudad que quedó en manos benimerines facilitando una cabeza de playa para poder desembarcar tropas con facilidad en la península ibérica y este hecho era un acontecimiento y una ventaja crucial para el poder musulmán que el rey de Castilla no podía permitir. Más aún cuando los benimerines se presentaron de nuevo en las murallas de Tarifa para volver a intentar tomar la ciudad.
El primer enfrentamiento serio entre las dos potencias fue la Batalla de Teba, que tuvo lugar en 1330, donde un ejército castellano al mando de Alfonso XI se enfrentó a las tropas granadinas lideradas por un general benimerín. Teba tiene como protagonista excepcional al soldado escocés sir James Douglas, que participó en la reconquista del Castillo de la Estrella a las órdenes de Alfonso XI llevaba en su pecho nada menos que el corazón embalsamado de su rey, Roberto I de Escocia, más conocido como Robert the Bruce, héroe de la independencia de Escocia y popularizado entre el gran público gracias a la película de Mel Gibson, Braveheart. Su misión era depositarlo en el Santo Sepulcro de Jerusalén.
El rey castellano Alfonso XI, según narran sus crónicas, supo del proyecto escocés y decidió enviar un emisario a Douglas para brindarle una invitación decisiva. Pocos años antes, el Papa había señalado a al-Andalus como tierra de Cruzada, lo que había movido a muchos caballeros europeos, especialmente franceses, a participar en la liberación de Castilla. El monarca, de esta manera, ofreció al guerrero escocés combatir contra los sarracenos en este territorio, sin necesidad de alcanzar Jerusalén, donde seguramente sus hombres llegarían mucho más cansados y con menos posibilidades de éxito. Aunque la promesa realizada a Robert the Bruce se refería explícitamente a Jerusalén, Douglas decidió aceptar. Dispuso el corazón embalsamado de su señor en su pecho, como un emblema, y cuadró a sus hombres bajo las órdenes de Alfonso XI.
El siguiente objetivo de la Reconquista estaba bien definido: el Castillo de la Estrella en Teba, en la comarca de Guadalteba. Los escoceses se unieron así a un copioso ejército de castellanos, aragoneses, leoneses y portugueses que ya habían conquistado otras fortalezas similares de la frontera granadina. El castillo fue liberado, pero Douglas murió en la batalla en 1330. Según las crónicas, cuando el soldado escocés se vio rodeado por sus enemigos, arrojó el corazón de su rey al vacío y pronunció la siguiente sentencia: «Ahora muéstranos el camino, ya que venciste, y yo te seguiré o moriré».
El cuerpo de Douglas y el corazón de Robert the Bruce fueron custodiados por los soldados musulmanes. Cuando el rey Mohammed V supo que el corazón pertenecía al rey de Escocia, decidió enviarlo allí junto al cuerpo del soldado muerto en combate. Ambos descansan hoy en la abadía de Melrose, ciudad escocesa hermanada con Teba desde 1989.
La victoria en Teba recayó sobre el bando castellano, firmando una tregua de cuatro años con Granada y Aragón como resultado.
Sin embargo, los benimerines, desde su plaza de Algeciras, consiguieron sitiar de nuevo la ciudad de Tarifa en el año 1333. Tomadas y aseguradas estas dos plazas, los benimerines tenían un paso seguro desde el Magreb al sur de la península ibérica.
Imperio benimerín en el siglo XIV. Los benimerines fueron la tribu bereber que sustituyó al débil poder almohade en Marruecos a mediados de la segunda mitad del siglo XIII. Compartieron con estos y sus antecesores, los almorávides, la fuerte expansión inicial territorial, llegando a dominar en escasos veinte años todo el territorio del Magreb y expandiéndose hasta las fronteras de Túnez y Argel. Una vez dominado todo este territorio, en el año 1275 fijaron su interés en la península ibérica.
El monarca castellano comenzó a movilizar sus tropas y forjar alianzas para hacer frente al nuevo peligro magrebí. Sin embargo su suegro, el rey Alfonso IV de Aragón, se negó a tomar parte debido al abandono del rey castellano de su hija a favor de su amante, Leonor de Guzmán, pero más tarde, y después de severas derrotas navales, tomó parte en la lucha mandando una flota para mantener a raya a la armada benimerín.
Portugueses y castellanos se encontraron en Sevilla y desde allí marcharon juntos hacia el sur. En consejo de guerra se decidió que el rey de Castilla se enfrentara a las tropas benimerines y el rey de Portugal a las granadinas.
LA SUERTE ESTABA ECHADA
La línea del río Salado dividía dos creencias y dos maneras de entender la vida; dos mundos antagónicos separados por un río de poco caudal. A un lado, hacia Levante, con el sol a sus espaldas, las tropas de Abu-l-Hassán, rey de la dinastía benimerín (o mariní) de Marruecos, y Yusuf I, soberano nazarí de Granada; al otro lado, a Poniente, el ejército de Alfonso XI de Castilla y su suegro Alfonso IV de Portugal, apoyado por las milicias concejiles de Écija, Carmona, Sevilla, Jerez y algunas más, acostumbradas a la lucha armada con el enemigo granadino por la cercana frontera. La Corona de Aragón también colaboró con una flota de galeras al mando del almirante Pedro de Moncada, aunque su presencia fue casi testimonial ya que no intervino directamente en la batalla.
El ejército de Alfonso XI esperó a que el sol no fuera tan molesto para empezar la batalla. Tuvo suerte porque ese día, lunes 30 de octubre de 1340, el fuerte viento de Levante no sopló y ello facilitó los planes cristianos. Como buen príncipe de la guerra, el monarca castellano había preparado muy bien el enfrentamiento. Tanto él como los ricoshombres del reino, entre los que estaban el infante don Juan Manuel –tío segundo del rey–, Juan Núñez de Lara, Juan Alfonso de Alburquerque o Alfonso Méndez, maestre de Santiago, es decir, lo más granado de la alta nobleza castellana, habían repartido a sus hombres para luchar por lo que entonces era una causa noble, la victoria del bien sobre el mal, del cristianismo sobre el Islam.
Se trataba de una guerra santa. De hecho, el papa Benedicto XII había promulgado la bula Exultamus in te elevando la batalla a la categoría de cruzada contra el Islam. Una declaración bien recibida entre los contendientes cristianos porque de esta manera tendrían derecho a beneficios espirituales y, sobre todo, económicos, mucho más importantes, al poder embolsarse una parte de los impuestos eclesiásticos.
Durante el período medieval en la península ibérica tuvieron lugar numerosas batallas. De todas ellas tan solo una pequeña lista han pasado a la historia. Una de ellas fue la del Salado, ocurrida en el año 1340 entre las tropas del rey Alfonso XI de Castilla, Alfonso IV de Portugal y las del sultán benimerín Abu Al-Hassan Alí acompañado del sultán granadino Yusuf I.
Tabla en la que se muestra el combate entre un caballero cristiano y un musulmán, c. 1300, contemporáneos por tanto a la batalla del Salado, Museo Nacional de Arte de Cataluña. Fuente: Wikimedia Commons.EL DESAFÍO CASTELLANO
En los campos de Tarifa, entre dos mares, Alfonso XI desplegó toda su estrategia militar y su enorme talento en el campo de batalla, cultivado en la lectura de diferentes obras de su tío don Juan Manuel y en el anónimo Libro de Alexandre, un manual clásico del arte de la guerra sobre la vida de Alejandro Magno y los consejos de Aristóteles, publicado el siglo anterior. El ejército musulmán tenía fama de poseer los mejores jinetes, ligeros y rápidos como el viento del Estrecho, pero las tropas castellanas habían perfeccionado su armamento con espadas y armaduras de última generación.
Así, mientras la caballería ligera benimerín luchaba a cuerpo descubierto, con la única protección de un escudo de cuero (adarga) y la ayuda de una jabalina corta (azagaya) y una espada, el ejército de Alfonso XI presumía de ser más moderno, seguro y potente. Y, tácticamente, mejor preparado.
Tanto los caballos como los soldados castellanos estaban protegidos con nuevas armaduras que cubrían todas las zonas vulnerables del cuerpo. Además, los caballeros iban equipados con lanzas largas para hacer más violenta la carga, aprovechando la inercia de la carrera, y blandían espadas puntiagudas ligeras, con cantos afilados por ambos lados, que empuñaban con una sola mano y con las que podían atravesar las viejas cotas de malla de los benimerines, ya en desuso entre los cristianos.
Batalla del Salado o de Tarifa (1.340): ataque de la vanguardia cristianaSegún las crónicas, Abu-l-Hassán desechó la propuesta castellana de librar la contienda en las inmediaciones de la laguna de La Janda, al norte de Tarifa, cerca de Barbate, y prefirió el terreno irregular de cerros, bosques y playas más cercano a Algeciras (en poder musulmán) para de este modo asegurarse la huida en caso de derrota.
Así pues, una vez inspeccionado y preparado el terreno por el rey castellano, se dispuso la organización del enfrentamiento en sus diferentes fases: aproximación, lucha cuerpo a cuerpo y huida. Ambos ejércitos pactaron la pelea en campo abierto como solución definitiva para decidir la soberanía de la zona, en permanente tensión desde que Sancho IV conquistara Tarifa a finales del siglo anterior.
Alfonso XI y sus nobles repartieron las tropas en función del terreno, disposición y efectivos del enemigo. Las tropas de Alfonso IV de Portugal, de apenas mil soldados, recibieron la ayuda de cinco mil castellanos y se dirigieron por el flanco izquierdo en busca del ejército granadino, situado al pie de uno de los cerros. El grueso del ejército cristiano se distribuyó de la forma tradicional, con cuerpo central, zaga y dos alas. La vanguardia estaba formada por caballeros e infantes, dirigidos por varios nobles, que tenían la misión de cruzar el río Salado en el momento en que se iniciara el ataque.
La decisión tomada fue un signo evidente de desconfianza a pesar de la superioridad numérica del ejército musulmán
EN EL CAMPO DE BATALLA
Por su parte, el rey de Marruecos, que situó su campamento en una "escarpada peña" para seguir mejor el desenlace de la batalla, ordenó a las tropas que cercaban Tarifa que abandonaran el asedio para incorporarse al grueso del ejército y que quemaran los ingenios de guerra utilizados en el cerco para evitar que cayeran en manos enemigas. Está claro que la decisión tomada fue un signo evidente de desconfianza a pesar de la superioridad numérica.
Una crónica castellana eleva los efectivos benimerines a 53.000 jinetes y 600.000 peones, divididos en tribus y linajes, según la costumbre bereber. Las cifras resultan muy exageradas para aquellos tiempos. Según estimaciones más ajustadas a la realidad, el ejército cristiano pudo reunir a 22.000 soldados, mientras que el musulmán triplicaría esa cifra.
No durmió bien Alfonso XI esa noche por la preocupación de la batalla y las ganas de que llegara la hora del encuentro. Después de oír misa y comulgar con las armas encima del altar para ser bendecidas, esperó a que el astro rey dejara de molestar en el horizonte. El combate comenzó hacia las diez de la mañana. La vanguardia castellana cruzó el río Salado y embistió con bravura la delantera marroquí, que apenas pudo aguantar la fuerza de la caballería pesada.
La espolonada castellana fue tan feroz que el ejército musulmán apenas pudo desarrollar su táctica favorita, el tornafuye, utilizada por los almohades con suerte desigual en las batallas de Alarcos (1195) y Las Navas de Tolosa (1212). La estrategia consistía en fingir la huida con la idea de atraer al enemigo para desorganizarlo y a continuación revolverse y atacar a los confiados soldados con jabalinas y saetas.
Batalla de Salado o del Estrecho, 1.340: Campo de batalla y despliegue de fuerzas. Los benimerines disponían casi el doble de efectivos que los cristianos, se situaron en una zona elevada en la margen izquierda del río Salado, con un frente de unos 5 km, desplegaron de la siguiente manera:
- En el centro (alqab) el rey de Túnez, Abu al Hassan, formando una sólida falange.
- En el ala (ayanahaim) izquierda, bajo el mando de su hijo, Aben Omar, caballería magrebí.
- En el ala (ayanahaim) derecha, bajo el mando de Yusuf I rey de los granadinos, la caballería nazarí.
- A retaguardia (sasaca) la caballería magrebí en 5 destacamentos detrás del centro.
Los cristianos disponían de unos 17.000 efectivos, de los que 8.000 eran jinetes, y desplegaron en tres líneas.
- En la delantera o vanguardia iba don Fadrique Alonso de Castilla hijo bastardo del rey con otros bastardos y órdenes militares de Calatrava y Santiago.
- En la medianera o centro Alfonso XI con sus nobles y los concejos andaluces y leoneses y los obispos de Castilla.
- En la zaga o retaguardia Alonso Aguilar con sus mesnadas y fuerzas de Córdoba.
- En la costalera o ala izquierda los el infante don Juan con los portugueses, reforzados por las milicias concejiles de Castilla, se situó frente a Yusuf I.
- En costalera o ala derecha Pero Nicho con los norteños vascos, asturianos y cántabros.
- La costa estaba protegida por don Alonso Ortiz con las armadas de Castilla y Aragón.
NOTA. En la batalla del río Salado y el posterior sitio de Algeciras, también participó el infante Don Juan Manuel, tío de Alfonso XI, con quien en años anteriores estuvo "guerreando" en defensa de sus derechos nobiliarios y de los grandes señores de Castilla. Restablecida la paz en Castilla, y en reconocimiento a su sangre, su edad , su honra y a su linaje, el viernes 26 de marzo de 1344 entraban juntos y al mismo tiempo en Algeciras los pendones de Castilla y Aragón, portando Don Juan Manuel el de Castilla, tras el rey Alfonso XI y su amante Leonor de Guzmán.
PERSECUCIÓN IMPLACABLE
Hasta el atardecer lucharon los dos ejércitos cuerpo a cuerpo, a caballo, con hondas, lanzas, ballestas y arcos. La pelea se extendió por los cerros cercanos y la playa. Las tropas cristianas, que registraron pocas bajas según las crónicas –según una de ellas, no más de "quince o veinte jinetes", cifra poco verosímil–, arrasaron el campamento de Abu-l-Hassán matando a sus mujeres, entre ellas a Fátima, su favorita, y apoderándose de todas las riquezas. El rey castellano, disgustado, ordenó perseguir a los saqueadores dentro y fuera del reino y que se devolviera el botín.
Alfonso XI llevó a rajatabla la máxima de la caballería de siempre: la persecución y destrucción total del enemigo
Pero lo peor llegó cuando el ejército musulmán se sintió derrotado y empezó la retirada. Cada musulmán escapó del campo de batalla como pudo, sin orden ni concierto. Algunos lo hicieron por la playa, muriendo ahogados, y otros por los cerros en busca de los campos de Algeciras. Precisamente en la retirada fue apresado el príncipe Abu Umar, hijo del rey marroquí, que fue liberado años más tarde tras sufrir un ataque de locura.
Alfonso XI llevó a rajatabla la máxima de la caballería de siempre: la persecución y destrucción total del enemigo, es decir, el concepto de batalla decisiva que tantas veces había leído en el Libro de Alexandre, donde se defendía la figura de un rey soberbio y a la vez piadoso.
Por los efectivos que entraron en liza, la batalla del Salado, librada el 30 de octubre de 1340, fue una de las mayores en la larga historia de guerras entre cristianos y musulmanes en la España medieval. Para conmemorar la victoria, el rey Alfonso XI amplió el monasterio de Guadalupe, una de cuyas salas sería decorada en el siglo XVII con un cuadro sobre la batalla. Foto: Archivo Real Monasterio de GuadalupeCONSECUENCIAS DECISIVAS
La victoria en la batalla recayó sobre el bando cristiano, y especialmente bajo las manos del monarca castellano, quien se había enfrentado al sultán benimerín, dejando al ejército granadino en manos de los portugueses. Las consecuencias, tema que más nos importa en este texto, fueron tremendas. No solo se ganó la plaza de Algeciras y Tarifa a las manos musulmanas, ganando, con ellas, el control del paso del Estrecho de Gibraltar, sino que se detuvo por completo la invasión benimerín de la Península Ibérica aprovechando la debilidad de los monarcas castellanos anteriores (Sancho IV, Fernando IV y la larga minoría de edad de Alfonso XI).
Sin embargo, las consecuencias fueron aún más importantes en el plano ideológico por diversos motivos. El primero de ellos fue el cierre del ciclo de la Reconquista con la toma de Tarifa, lugar por donde se adentraron los árabes y bereberes bajo el mando de Tariq allá por el año 711 derrotando a los visigodos en la batalla de Guadalete. De esta manera se completaba la Reconquista y se cerraba el ciclo de restauración del verdadero poder peninsular, según su propia justificación ideológica, el cristiano, aun permaneciendo todavía en terreno ibérico el Reino Nazarí de Granada.
En el plano internacional, la victoria del Salado fue recibida con una gran emoción, ya que no habían pasado aún muchos años desde la pérdida de Tierra Santa y la ciudad de Acre, último bastión cristiano en el Levante del Mediterráneo. La victoria de Alfonso XI frente a los benimerines supuso un nuevo impulso de las armas cristianas frente a las musulmanas. No en vano no tardaron en enviarle la noticia al Papa Benedicto XII junto a un gran botín para expresar su gratitud por haber decretado una Cruzada para que acudieran tropas en ayuda de las tropas castellanas y portuguesas.
En la Crónica de Alfonso el Onceno se estructura en torno a esta batalla, ya que en ella se diferencian diversas partes que guían al lector desde la inestabilidad del reino ocasionada por el egoísmo de los tutores y el comienzo del reinado de Alfonso XI que desemboca en una gran victoria frente a los ejércitos musulmanes, evitando una nueva invasión bereber de la península y logrando una gran victoria para toda la Cristiandad.
Sin duda, una obra literaria apologética y aúlica de primer nivel que muestra una elevada riqueza cultural y nos cuenta, en primera persona, cómo sucedieron uno de los hechos de armas más importantes de nuestro periodo medieval, la victoria castellana frente a los benimerines y el éxito cristiano en lo que la historiografía ha dado en llamar la «Batalla del Estrecho».
El rey Alfonso XI, "El Justiciero". Fallece en 1350 en el asedio a Gibraltar como consecuencia de la Peste que asoló casi toda Europa e mediados del siglo XIVPARA SABER MÁS
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