HISTORIA. El 31 de diciembre de 1936 muere Miguel de Unamuno
La tarde del 31 de diciembre de 1936 nevaba en Salamanca. Recluido en su casa, pared con pared con la muy salmantina Casa de las Muertes, Miguel de Unamuno, que tenía en aquel entonces 72 años, recibió la visita de Bartolomé Aragón, un antiguo alumno suyo, falangista y profesor auxiliar de la Facultad de Derecho.
31 diciembre 2023.- La salud del escritor ya estaba muy deteriorada, y tras pronunciar la frase "¡Dios no puede volverle la espalda a España! ¡España se salvará porque tiene que salvarse!", Unamuno se desvaneció. Creyendo que se había dormido, Aragón no se atrevió a decirle nada hasta que el olor a quemado llamó su atención. El viejo maestro al quedar inconsciente metió su pie en el brasero, que rápidamente prendió. Unamuno murió de frío y con el pie ardiendo.
Pocos meses antes, el 12 de octubre de 1936, Unamuno no tenía pensado hablar, ni tan sólo tomar notas, durante el acto que se celebró en el paraninfo de la Universidad de Salamanca organizado por la Comisión de Cultura de la Junta Técnica del Estado, un organismo político creado por Franco. En ese mismo acto, y en representación del general Franco, asistió el general Millán Astray, un condecorado militar que lucía con orgullo cuatro heridas de guerra en brazo, pierna, pecho y ojo, y que había sido el fundador de la Legión Española.
“Este es el templo de la inteligencia y yo soy su sumo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir, y para persuadir necesitaríais algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho”.
Según la historia que varias generaciones de españoles han aprendido, así terminó Miguel de Unamuno su interpelación al general José Millán Astray en el paraninfo de la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936, según relato de Luis Portillo.
El efecto dominó de «los arribistas del ¡Arriba España!», como los había denominado Unamuno, fue inmediato. El 14 de octubre, se reunió el claustro universitario y acordó su destitución como rector perpetuo de la Universidad de Salamanca.
Miguel de Unamuno y Millán Astray |
Al termino de los parlamentos, y para cerrar el acto, tomó la palabra Miguel de Unamuno. Durante las intervenciones anteriores, el escritor fue tomando notas en un papel que sostenía en las manos. Inició su intervención con estas ya famosas palabras:
"La nuestra es una guerra incivil. Nací arrullado por una guerra civil y sé lo que digo. Vencer no es convencer y hay que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión; el odio a la inteligencia".
EL FILÓSOFO MIGUEL DE UNAMUNO (1864-1936) JUNTO CON SUS ALUMNOS EN SALAMANCA. Foto: CordonPress
LOS "NACIONALES" LE ACUSAN DE "ROJO"
El discurso de Unamuno siguió con la defensa de catalanes y vascos, lo que acabó provocando que el general Astray interrumpiera el discurso del escritor golpeando violentamente la mesa y pronunciando un alegato en favor del alzamiento nacional para terminar gritando –aunque no está confirmado que lo dijera– "mueran los intelectuales! ¡Viva la muerte!".
Basándose en los pocos testigos del acto que escribieron su testimonio, Severiano Delgado ha reconstruido aquel 12 de octubre de 1936. Fue una mención de Unamuno a José Rizal, héroe de la independencia de Filipinas, lo que provocó la ira de Millán Astray, que era veterano de aquella guerra y no soportaba que se citase como ejemplo de hispanidad a quien consideraba un enemigo. “¡Muera la intelectualidad traidora!” fue lo que gritó, según Delgado, a lo que siguió un tumulto de voces entre las que destacó la del profesor Ramón Bermejo, que dijo: “Aquí estamos en la casa de la inteligencia”. No hubo réplica ni solemnidad, tampoco armas encañonando al rector. La reunión se disolvió entre gritos y fanfarronadas.
Escandalizado, el publicó empezó a abuchear a Unamuno tachándolo de "rojo" y de posicionarse en contra de España. Ante el cariz de que estaban empezando a tomar los acontecimientos, Millán Astray zanjó el barullo ordenando a Unamuno que acompañara a la mujer de Franco, Carmen Polo, a la salida.
La esposa de Franco, Carmen Polo, tomó del brazo al escritor vasco y con la ayuda de su guardia personal lo sacó del paraninfo. Aunque parece ser que el incidente no fue lo dramático que se ha llegado a contar, y aunque indudablemente molestó a la cúpula militar del bando nacional, las consecuencias para Unamuno fueron demoledoras ya que fue destituido como rector vitalicio, se le despojó de su dignidad como alcalde vitalicio de Salamanca y se suprimió la cátedra que llevaba su nombre.
Aquel relato se publicó en una revista literaria, con clara intención literaria, destinada a un público muy minoritario, por lo que apenas nadie se enteró. Sin embargo, en 1953, Cyril Connolly lo volvió a publicar en una antología de los mejores artículos de Horizon, que se tituló The Golden Horizon. Un ejemplar de ese volumen cayó en manos de un joven investigador que estaba escribiendo una monografía sobre la Guerra Civil llamado Hugh Thomas. Su obra se tituló The Spanish Civil War (1961), y en ella incluyó el relato de Portillo prácticamente sin retocar, con retrato en sepia y gritos franquistas incluidos, tomándolo por una crónica veraz.
En un discurso posterior, Millán Astray cargaría contra los intelectuales que "envenenan" a la juventud y falsean la historia, a lo que Unamuno replicó en una entrevista ofrecida al novelista griego Nikos Kazantzakis:
"No soy ni fascista ni bolchevique, estoy solo". Tan sólo los falangistas mantuvieron el apoyo al escritor vasco, a pesar de que éste lanzó sus críticas "contra los 'hunos' (rojos) y los 'hotros' (blancos)”.
Tras aquellos graves acontecimientos, Miguel de Unamuno fue confinado en su domicilio de la calle Bordadores, y aunque oficialmente no estaba detenido, sino sólo "protegido", en la puerta de su casa hacían guardia tres militares que tenían órdenes de "tirar a matar" si el autor de Niebla se subía en un coche para huir. Al escritor se le permitía salir a pasear y recibir visitas, pero cada movimiento suyo estaba controlado por los tres militares apostados en su casa. Sus hijos y familiares, que estaban en Madrid, en la zona republicana, también eran partidarios de que su padre, por seguridad, se quedara en su domicilio. Unamuno se sentía como un león enjaulado porque no podía hacer una de las cosas que más le gustaba: ir a su tertulia. También tenía prohibido publicar cualquier cosa en la prensa ni dar conferencias. La mayoría de las pocas visitas que recibía fueron de escritores falangistas como Eugenio Montes y Víctor de la Serna.
Unamuno perteneció a la generación del 98 y en su obra trató multitud de géneros literarios: novela, ensayo, teatro, poesía...
ESCRITURA PARA COMBATIR EL CONFINAMIENTO
Durante los meses en que estuvo confinado, Unamuno dio rienda suelta a una de sus grandes pasiones: escribir. Compuso numerosos poemas e inició un ensayo, y a pesar del férreo control sobre su correspondencia, pudo mantener una relación epistolar fluida con amigos de España y del extranjero.
En una tarde muy fría del 21 de diciembre, y en compañía del falangista Eugenio Montes, Unamuno se encontraba paseando por el cementerio y decidió entrar en el taller del marmolista que le había hecho la lápida a su esposa para encargar la suya con el siguiente epitafio: "Méteme, Padre Eterno, en tu pecho/ misterioso hogar,/ dormiré allí, pues vengo deshecho/ del duro bregar".
Sumido en una profunda tristeza, Unamuno siguió escribiendo, y ya sin el apoyo de su difunta esposa y compañera, su Concha, vivió prácticamente "desterrado" en la Salamanca nacional. Poco a poco, la vida del escritor iba llegando su fin y esa tarde, la de su muerte, recibió dos visitas. Su hija Felisa se llevó a su nieto para ir a ver los belenes de la ciudad, y fue entonces cuando llegó Diego Martín Veloz, un excombatiente de la guerra de Cuba reconvertido en importante propietario. Martín despreciaba tanto al escritor que bautizó a uno de sus asnos con su nombre, "Unamuno".
Compuso numerosas canciones y poemas, e inició un ensayo El resentimiento trágico de la vida sobre las causas que él entendía habían llevado al enfrentamiento entre hermanos. Pese a la censura y el control que existía sobre su correspondencia, también se carteó con numerosos amigos tanto de España como del extranjero.
Otra actividad que realizó con entusiasmo fue recibir y conceder entrevistas a periodistas, la mayoría de ellos extranjeros. Él era una figura de máximo prestigio internacional: en el año 1934 la Universidad de Grenoble le había nombrado Doctor Honoris Causa, al igual que en 1936 la Universidad de Oxford le concedió ese mismo honor. Unamuno estaba muy interesado de que su posición de apoyo a los militares sublevados se entendiera fuera de España. Severiano Delgado reproduce las 15 entrevistas concedidas por Unamuno a diferentes periodistas entre el 6 de agosto y el 26 de diciembre de 1936. Ocho de ellas se realizaron antes del incidente del paraninfo. Las siete restantes durante la etapa de reclusión.
A principios de diciembre recibe al periodista francés Jérôme Tharaud y le hace llegar un manifiesto. Entre otras cosas afirma: «Insisto en que el sagrado deber del movimiento que gloriosamente encabeza Franco es salvar la civilización occidental cristiana y la independencia nacional».
El 21 de diciembre, en una tarde muy fría, el falangista Eugenio Montes acompañó a Unamuno por el camino del cementerio. Unamuno entró en el taller del marmolista que había esculpido la lápida de su difunta esposa, doña Concha, y le encargó otra similar para él con el siguiente epitafio: «Méteme, Padre Eterno, en tu pecho/ misterioso hogar,/ dormiré allí, pues vengo deshecho/ del duro bregar».
El día 23 concede una de sus últimas entrevistas al portugués Armando Boaventura: «Su conversación fue una diatriba contra todo y contra todos y una anatema violento contra el propio Dios».
El jueves 31 de diciembre, la nieve había helado las calles de Salamanca. En torno a las cinco de la tarde, Unamuno se encontraba conversando con un discípulo suyo, el profesor Bartolomé Aragón, sentados en una mesa camilla, calentados por un brasero. «Amigo Aragón, le agradezco que no venga usted con la camisa azul, como hizo el último día, aunque veo que trae el yugo y las flechas...». Según relató Aragón,
En un momentáneo desfallecimiento, Aragón se atrevió a decir: «A veces pienso si no habrá vuelto Dios la espalda a España disponiendo de sus mejores hijos» y don Miguel se repuso y dio un fuerte puñetazo en la mesa: «Eso no puede ser Aragón. ¡Dios no puede volver la espalda a España! ¡España se salvará porque tiene que salvarse!». Y quedó inmóvil, como dormido, inclinada la barbilla sobre el pecho. Cuando Aragón olió la chamusquina de las zapatillas de Unamuno, comprendió que estaba muerto y corrió a dar la voz de alarma, pálido y desencajado.
Los médicos dijeron que Miguel de Unamuno había fallecido a causa de una congestión cerebral producida por las emanaciones del brasero. Enterrado al día siguiente de su fallecimiento, entre gritos falangistas, en los días posteriores Machado diría de él: "Señalemos hoy que Unamuno ha muerto repentinamente, como el que muere en la guerra. ¿Contra quién? Quizá contra sí mismo; acaso también, aunque muchos no lo crean, contra los hombres que han vendido a España y traicionado a su pueblo. ¿Contra el pueblo mismo? No lo he creído nunca y no lo creeré jamás".
Poco después de la muerte del escritor, Ortega y Gasset escribió: “La voz de Unamuno sonaba sin parar en los ámbitos de España desde hace un cuarto de siglo. Al cesar para siempre, temo que padezca nuestro país una era de atroz silencio”. Ese atroz silencio ha llegado hasta hoy.
Para saber más: Bibliografías y Vidas ; Wikipedia.
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