Alexandra Kollontai, pionera del feminismo dentro del socialismo soviético
Retrato de la revolucionaria rusa Alexandra Kollontai, tomado en su juventud. Getty images |
07 abril 2024.- Sean cuales sean las tareas de las que me encargue en el futuro, la liberación completa de la mujer trabajadora y la creación de una nueva moral sexual serán siempre el fin más importante», afirmaba Alexandra Kollontai en su autobiografía, publicada en 1926. Su vida había dado muchas vueltas, pero la revolucionaria insistía en que la causa de las mujeres era su principal preocupación.
Su madre, hija de un campesino finlandés que había hecho fortuna, había abandonado a su primer marido y se había casado con Mikhail Domontovich, un militar de familia aristocrática y de ideas liberales, que fue el padre de Alexandra. Esta, nacida en 1872, en San Petersburgo, creció en una atmósfera de libertad que la estimuló a interesarse por todo lo que ocurría a su alrededor.
Pero esta libertad tenía límites: su familia se negó a que fuera a la universidad y a que se casara con Vladimir Kollontai, de quien se había enamorado con 19 años, ya que no lo consideraban adecuado para su posición. La obstinada Alexandra no dio su brazo a torcer. En 1893 secasó con Vladimir, con quien tuvo un hijo, Mikhail. Pero al poco tiempo descubrió que la vida exclusivamente familiar reservada a las mujeres la asfixiaba: «La dichosa existencia de ama de casa y esposa se convirtió en una especie de jaula», afirmó en su autobiografía.
Aun así, fue en ese período cuando adquirió una conciencia política. Alexandra solía acompañar a su marido a una fábrica en la que tenía que desarrollar un trabajo, y allí quedó impactada por las condiciones de sus trabajadores. «No podía llevar una vida feliz y pacífica si el pueblo obrero era esclavizado de forma tan inhumana», recordaría más tarde.
Portada de una revista rusa sobre la revolución de 1905. Bridgeman / ACI
UNA DOBLE SUBORDINACIÓN
Alexandra rompió con su marido –aunque siempre conservó su apellido– y, dejando a su hijo pequeño con sus padres, marchó a la Universidad de Zúrich, dado que en Rusia las mujeres tenían prohibido acceder a los estudios superiores. En Suiza escribió varios artículos sobre la situación de la clase obrera en Finlandia, que le permitieron ganar fama y hacer contactos en el mundo del socialismo. Tras la muerte de sus padres regresó a Rusia para cuidar de su hijo. Ingresó entonces en el partido obrero socialdemócrata, el futuro partido comunista. Impactada por la brutal represión del movimiento revolucionario en San Petersburgo en 1905, empezó a dar charlas en fábricas, en las que se reveló como una fenomenal oradora.
Kollontai tomó conciencia de la doble subordinación a la que estaban sometidas las mujeres obreras, a la vez por su posición social y por su sexo. Y advirtió «lo poco que nuestro partido se interesaba por el destino de las mujeres», según recordaba en su autobiografía. Desde entonces trató de que la causa de las mujeres se convirtiera en uno de los objetivos principales del movimiento obrero. Pero la mayoría de sus compañeros la consideraban una causa secundaria, opinión que compartían las mujeres del partido: «No entiende que va a dividir el movimiento revolucionario», la criticaba otra revolucionaria, Vera Zasulich.
En 1908, Alexandra tuvo que huir de Rusia por sus actividades clandestinas. Instalada en Berlín, viajó por Europa, donde conoció a grandes figuras del movimiento marxista. Empezó entonces a defender abiertamente su filosofía sobre las relaciones sexuales: consideraba que ambos sexos debían tomárselas de forma natural, como una necesidad más, lo que escandalizó a muchos compañeros.
Kollontai vivió el inicio de la primera guerra mundial en Alemania, donde asistió horrorizada a la aprobación del presupuesto de guerra por parte del partido socialdemócrata alemán, decisión que calificó en su autobiografía de «una calamidad sin parangón». Desde entonces se dedicó en cuerpo y alma a poner fin a la guerra, lo que la acercó a Vladimir Lenin, que compartía este ideal.
El gobierno bolchevique dirigido por Lenin en 1918. Alexandra Kollontai figura abajo a la derecha. Getty imagesEn 1917 estalló la Revolución rusa y Alexandra pudo volver a su país. Su ardiente compromiso político le valió el sobrenombre de «Valkiria de la Revolución». Como estrecha colaboradora de Lenin defendió la salida de Rusia del conflicto. El día «más grande, más memorable» de su vida fue el 26 de octubre de 1917, cuando el Gobierno revolucionario que acababa de tomar el poder declaró la paz.
Kollontai fue nombrada comisaria del pueblo de asuntos sociales. Aunque afirmó que era la primera mujer de la historia en ser ministra, la había precedido Sofia Panina, a cargo de la misma cartera en el Gobierno provisional formado tras la Revolución de febrero. Desde su cargo, Kollontai impulsó medidas a favor de las mujeres, como el matrimonio civil y la liberalización del divorcio, así como la creación de comedores, lavanderías y guarderías que pondrían en manos del Estado los cuidados tradicionalmente desempeñados por las mujeres.
Alexandra Kollontai (centro) y Pavel Dybenko (derecha) reciben a un grupo de socialistas suecos y noruegos en Petrogrado en 1918.Cuatro meses después, Kollontai dimitió por diferencias con Lenin acerca de la paz con Alemania, que en su opinión dificultaba el papel de Rusia como baluarte de la revolución socialista mundial. A partir de entonces se centró en defender los derechos de las mujeres, convencida de que «habían conseguido legalmente todos los derechos, pero en la realidad seguían estando oprimidas». En 1919 consiguió la formación de una comisión permanente de mujeres, el Zhenotdel, que codirigía, y asistió a numerosos avances como la aprobación del código de familia y la legalización del aborto. Pero esta labor también duró poco.
CARRERA POLÍTICA
Sintiéndose marginada por su creciente oposición a Lenin, en 1922 logró que el secretario del partido, Iosif Stalin, la enviara a Noruega como delegada comercial de la URSS. Comenzó así una suerte de exilio diplomático que, entre 1922 y 1946, la llevaría a México, Noruega y Suecia, país este último donde fue nombrada embajadora en 1943.
«Lo que la Revolución de octubre ha dado a la mujer trabajadora y a la mujer campesina». Póster revolucionario de 1920. Bridgeman / ACI
Alejada de la política interior rusa, Kollontai se dedicó a promover la emancipación femenina en foros internacionales como la Sociedad de Naciones. Allí conoció a la diplomática española Isabel Oyarzábal, con la que trabó una profunda amistad. Oyarzábal admiraba la forma en que aquella aprovechaba las reuniones de mujeres en estos órganos para atacar al sistema capitalista como principal responsable de la opresión femenina, y resumió así el pensamiento de Kollontai: «El hambre, la miseria, la ignorancia, la dominación con la que vivían y morían las mujeres no podían resolverse solo con el derecho al voto».
Ambas coincidieron en Suecia en los años treinta. Por entonces, Kollontai había abandonado la defensa de los derechos de las mujeres para plegarse completamente a los intereses de Stalin. No protestó cuando este eliminó el Zhenotdel, ni cuando la constitución de 1936 limitó las conquistas para las mujeres obtenidas en los años veinte. Tampoco alzó la voz cuando compañeros y amigos fueron ejecutados en las purgas estalinistas. Quizá por esto Kollontai fue una de las pocas revolucionarias de octubre que sobrevivió al terror estalinista.
Cuando murió en 1952, en la URSS se destacó su labor como diplomática, sin mencionar su lucha por los derechos de las mujeres. En la actualidad, la perspectiva es diferente. Como ha escrito Hélène Carrère d’Encausse, «el tiempo ha vindicado a Kollontai» y hoy su pensamiento se considera un hito en el desarrollo del feminismo del siglo XX.
Fuente: Ainhoa Campos. Doctora en Historia
Para saber más:
- H. Carrère d’Encausse. Alexandra Kolontái. Crítica, Barcelona, 2022.
- Isabel Oyarzábal. Mis recuerdos de A. Kollontai. Cuadernos de Langre, 2023.
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