De Ronda a los pueblos de la Sierra de Grazalema
Ronda. Foto_iStock |
Ronda ha estado irremediablemente asociada al romanticismo que inspiraron los bandoleros, toreros y bellas mujeres del siglo XIX, algo que atrajo a artistas e intelectuales de todo el mundo como Ernest Hemnigway o Federico García Lorca.
05 mayo 2024.- Desde el pico Torrecilla, a más de 1900 m de altitud, en plena Sierra de las Nieves, el caminante siente que Andalucía se extiende a sus pies. La máxima cumbre de Málaga es un mirador privilegiado que regala una lección de geografía. Rodeada de pinsapos, la montaña es como un tótem visible desde todos los ángulos. La cumbre se alza en el centro del Parque Natural de la Sierra de las Nieves, uno de los ecosistemas más valiosos del sur peninsular, a cuyos pies descansa un conjunto de comarcas naturales que conforman la Serranía de Ronda.
Hubo un tiempo en que el mito de la España romántica anidó aquí. Viajeros de mediados del siglo xix, imbuidos por el orientalismo, visitaban Granada y Córdoba, y dejaban para las últimas etapas de su periplo la ciudad de Ronda, en Málaga, recostada sobre un afilado tajo, en mitad de una escenografía de severos desfiladeros por donde se precipitan las aguas del Guadalevín, al que los árabes apellidaron con el dulce nombre de río de leche. Su cola de caballo, la blanca cascada que dibuja su caída hasta el foso del despeñadero, parte la ciudad en dos.
Hasta la segunda mitad del siglo xviii, el tajo de Ronda era una severa cicatriz, que separaba a la ciudad. En 1793, el ingeniero Juan Martínez de Aldehuela reconcilió la ciudad vieja y la nueva con una soberbia obra de sillería, el Puente Nuevo. Por este icono arquitectónico cruzaron figuras esenciales de la cultura, como el poeta Rainer Maria Rilke, el escritor Ernest Hemingway o el cineasta Orson Welles, tan enamorado de esta tierra y de la maestría de su amigo torero Antonio Ordóñez que pidió ser enterrado en la finca que la familia posee a las afueras, entre dehesas y ondulados cerros.
Foto: ShutterstockRonda son dos ciudades unidas por un puente de piedra. En la parte nueva se halla la hermosa plaza de toros mientras que en la vieja se recoge su alma romántica entre callejas serpenteantes y en cuesta, palacios señoriales y leyendas que hablan de bandoleros nobles y damas apasionadas. Frente a ese telón teatral los viajeros románticos se sentían arrebatados.
Las calles de la ciudad antigua se abren a recoletas plazas frente a miradores donde se advierten los anchos horizontes de la serranía. La calle Armiñán es la columna vertebral de la Ronda antigua. A un lado se deja caer hasta la Casa del Rey Moro, uno de esos palacios donde anida la leyenda y el embrujo. La casa palaciega fue construida a mediados del XVIII y posee un jardín que es uno de los lugares imprescindibles que ver en Ronda. Solo sentir el rumor de las fuentes y el perfume de las flores transporta a otra época.
Foto: iStockLos parterres y estanques de la Casa del Rey Moro fueron diseñados por Jean-Claude-Nicolas Forestier por encargo de la duquesa de Parcent, propietaria entonces del palacio. El paisajista francés, autor del parque de María Luisa de Sevilla o de los jardines de Montjuïc en Barcelona –ambos de 1929–, creó un espacio de placentera serenidad al estilo de los viejos jardines andalusís. Aterrazado y abierto al tajo de Ronda, del jardín desciende una escalera de doscientos peldaños hasta las orillas del río Guadalevín. La escalera forma parte de la denominada Mina del Agua, un conjunto de galerías horadadas a principios del siglo xiv y envueltas en leyendas protagonizadas por caballeros encadenados y espíritus de damas que vagan entre húmedos y umbríos pasadizos. Es el conjunto de estos monumentos los que hacen de Ronda uno de los pueblos más bonitos de Málaga.
Foto: ShutterstockFrente a la Casa del Rey Moro se alza el Palacio de Salvatierra, en cuya fachada hay labrados símbolos bíblicos e iconografías precolombinas. Hay unos baños árabes en los arrabales de la ciudad y una iglesia consagrada al Espíritu Santo que resume el patrimonio tardo gótico erigido tras la conquista de los reyes católicos, allá por 1485. Frente a la Casa del Rey Moro se alza el Palacio de Salvatierra, en cuya fachada hay labrados símbolos bíblicos e iconografías precolombinas. Los baños árabes de Ronda, en los arrabales de la ciudad, y una iglesia consagrada al Espíritu Santo que resume el patrimonio tardo gótico erigido tras la conquista de los reyes católicos, allá por 1485, son algunos otros de los enclaves imprescindibles de esta ciudad asomada al abismo.
FOTO: RONNIE MACDONALD (WIKIMEDIA COMMONS)Ronda fue el punto de partida del primer itinerario turístico y cultural de España: la Ruta de los Pueblos Blancos. A lo largo de este recorrido hasta la localidad gaditana de Arcos de la Frontera, se atraviesan caseríos que destacan como copos de nieve sobre sierras pletóricas de naturaleza, hechizo e historia.
A un salto de Ronda se hallan las localidades de Montejaque y Benaoján. La primera es dueña de una iglesia consagrada a Santiago Apóstol y, desde los restos de su primitivo castillo árabe, el pueblo se extiende por la colina como un sueño de cal, tejas árabes y arriates con flores de vivos colores. En Montejaque, además, se halla la cueva del Humilladero donde desaparecen las aguas del río Guadares para aflorar kilómetros abajo en la cueva del Gato, uno de los espacios naturales más encantadores de la comarca, una mezcla de agua, embaucador paisaje y singular geología.
Benaoján se extiende a los pies de la Sierra Blanquilla. Su barroca iglesia del Rosario evoca los templos de la América colonial construidos por arquitectos andaluces a lo largo del siglo xviii. El paisaje kárstico de la Serranía de Ronda ha cincelado durante millones de años cuevas. En la de La Pileta, las comunidades del Paleolítico Superior que la habitaron dejaron su memoria en las paredes a través de pinturas que expresan sus miedos, sus ilusiones y su espiritualidad.
Nos encontramos a pocos pasos ya de la Sierra de Grazalema, que pertenece a la provincia de Cádiz. Pero en este rincón de la Baja Andalucía las fronteras provinciales carecen de sentido.
Foto: iStockGrazalema es un pueblo, una sierra y un parque natural declarado Reserva de la Biosfera y Zona de Especial Protección para las Aves. Y además, es el lugar de España donde más llueve. Las nubes que entran por el Atlántico rompen en sus montañas de hasta 1650 m, que les cortan el paso, y dejan algunos años registros superiores a 4000 l/m2 –la media anual es de 2200 l/m2–, muy por encima de los de la España húmeda.
Grazalema se extiende a los pies del cerro de San Cristóbal y es un pueblo tan blanco como sus vecinos. Posee dos barrios. Antiguamente, el Barrio Alto lo habitan los jopones (pene grande de toro), pastores y ganaderos adscritos a la humilde y encantadora iglesia de Nuestra Señora del Carmen. A sus pies se esparcían las calles y casonas del Barrio Bajo, habitado por los jopiches (pene pequeño de toro), de mayor poder adquisitivo, dedicados al negocio textil de la lana y los batanes, parroquianos de la iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles, más monumental y rica.
La carretera que une Grazalema y Zahara de la Sierra es una de las más bellas del país. Trepa hasta el puerto de las Palomas a uno de cuyos lados se advierte el Pinsapar, la reserva natural donde aún resiste un abeto prehistórico endémico de esta zona y de la vecina Sierra de las Nieves, una de las rarezas botánicas más valiosas del continente europeo, cuyos cielos sobrevuelan el buitre negro y el águila real.
Foto: iStockDe uno de los márgenes de la carretera parte el exigente sendero que desciende hasta la Garganta Verde, un cerrado cañón con paredes de hasta 300 m de caída por cuyo lecho descienden las aguas del arroyo del Pinar. En tiempo de lluvias no es posible –ni aconsejable por su peligrosidad– bajar hasta él. Su excursión requiere piernas acostumbradas a andar, pero el esfuerzo merece la pena. Los días de verano, cuando el caudal del río es mínimo, la sensación de frescor en las profundidades de la garganta resulta indescriptible.
Andalucía es una tierra dada a los mayestáticos. Por eso los vecinos de Zahara de la Sierra consideran –y con razón– que habitan uno de los pueblos más bellos de España. Colgada de un cerro en cuya cima resiste un castillo de época nazarí, Zahara posee una iglesia que inspiró muchos templos coloniales al otro lado del océano, un conjunto de callejas encantadoras y a sus pies un embalse de aguas turquesas al que no le falta ni una playa en días de verano.
Foto: iStockLa Sierra de Grazalema está llena de rarezas geológicas, como la manga desnuda, en forma de una uve perfecta, que une las localidades de Villaluenga del Rosario y Benaocaz, pequeños caseríos encalados en primavera y resumidos en torno a sendas iglesias de esbeltos campanarios barrocos.
La carretera desciende hasta Ubrique, famoso por los talleres artesanales de cuero. El pueblo está arracimado a los pies de un rocoso cerro coronado por una cruz. Su carácter intrincado y montañoso ha permitido establecer en él una ruta de miradores que tiene en la ermita de El Calvario una de sus panorámicas más atractivas. En el corazón del casco histórico, entre callejas estrechas y serpenteantes, se alzan la iglesia de Nuestra Señora de la O y la ermita de San Antonio, con su vistosa espadaña.
Foto: iStockLa Serranía de Ronda es un inmenso territorio cuyos caminos conducen siempre a localidades encantadoras. Cortes de la Frontera hace honor a su apellido. Establece los límites entre Cádiz y Málaga y en su centro histórico se alza el ayuntamiento, un soberbio edificio neoclásico construido en tiempos de Carlos III. La localidad es una de las puertas de entrada al Valle del Genal, que es como una pequeña patria dentro del gran matriarcado que conforma la Serranía de Ronda. El valle, tapizado de densos bosques de castaños y alcornoques, se lo reparten quince municipios a los que se llega desde carreteras que circulan desde lo alto por este paisaje agreste.
El río Genal nace en la encantadora localidad de Igualeja, los riscos de Cartajima dejan entrever los castañales y, en el pueblo de Alpandeire, el milagro de fray Leopoldo sigue reuniendo a fieles de toda la comarca. Júzcar contó en su día con una real fábrica de paños y Genalguacil es un pueblo museo en cuyas calles se exhiben más de 130 obras de arte realizadas por artistas contemporáneos durante sus encuentros de verano.
Entre encinares viejos se hallan Algatocín y Benarrabá. En el primero dormita un yacimiento romano, una iglesia mudéjar y una ermita pintoresca colgada de lo alto de un cerro. Benarrabá, rodeada por bosques de alcornoques y campos de almendros, aún guarda la memoria musulmana en sus múltiples acequias y fuentes, así como en los restos de la fortaleza que culmina el monte Porón.
Foto: iStockBenadalid, coronado también por un castillo árabe, parece resumir en el encanto de sus calles, sus plazas mínimas, en la digna modestia de su templo parroquial o en la tierna frondosidad de su huerta todos los valores que han hecho del valle un territorio mítico al sur de la ciudad de Ronda.
Casares y Gaucín son dos de los pueblos más encantadores del sur de Málaga, el último escalón antes de tropezar con la mar. Están coronados por sendas fortalezas, a cuyos pies los conquistadores construyeron iglesias donde antes hubo mezquitas. Son tan bellos desde las carreteras que se acercan a sus caseríos como una vez dentro, blancos y señoriales en sus callejones céntricos, perfumados de geranios y rosaledas, serenos y abiertos al paisaje.
CasaresLos agrestes barrancos que forman el Valle del Genal se dejan caer como las aguas de su río hacia las orillas del Mediterráneo. La Costa del Sol, salpicada de ciudades turísticas, aún permite ciertas soledades a los pies de la denominada Sierra Bermeja, allí donde se extiende la ciudad de Estepona. No hay mejor final para este viaje que un baño en las templadas y limpias aguas de la playa de Guadalobón –a 8 km del centro– o en las de la zona de Arroyo Vaquero.
El viaje que había comenzado a 1919 m, en la cumbre de La Torrecilla, finaliza al nivel en que rompen las olas del Mediterráneo, con la vista del estrecho de Gibraltar y las costas norteafricanas. Y es que hay viajes que invitan permanentemente a mirar al sur.
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