historia, Banu Qasi, Reino de Navarra
Mapa con la extensión de los dominios de los Banu Qasi bajo Musa ibn Musa. Pincha en la imagen para ampliar. © Desperta Ferro Ediciones |
Enfrentados o aliados a cristianos o a musulmanes según conveniencia, los Banu Qasi serán un producto original en un mundo donde no todo era blanco y negro, donde había distintas escalas de grises.
La historia de los Banu Qasi, tan compleja como apasionante, es esencial para entender las dinámicas cambiantes de la zona media del Ebro y la génesis de lo que más adelante será el Reino de Navarra.
El conde Casio y los inicios de la dinastía Banu Qasi
En la época de la conquista islámica de Hispania hubo algunos señores locales que optaron por el camino del sometimiento, la negociación, la capitulación, la conversión al islam para mantener su situación de privilegio. Uno de ellos fue el célebre Tudmir (Teodomiro), cuyas condiciones de rendición con los conquistadores musulmanes para mantener su señorío en la zona de Murcia y Orihuela conocemos gracias a que pudieron conservarse en una especie de tratado de capitulación que ha llegado hasta nosotros.
Otro de esos potentados visigodos que optaron por convertirse en mawali (maulas en castellano) fue el poco conocido conde Casio, de quien cronistas posteriores cuentan que viajó hasta Damasco para presentar allí sus respetos y sumisión al califa al-Walid, convirtiéndose en su cliente, una especie de vasallo, a cambio de seguir ostentando el poder en unos territorios que terminarán por formar parte de la llamada Marca Superior de al-Ándalus, que tendrá en el Ebro su frontera física y Zaragoza como ciudad más importante. De esa forma el conde Casio y sus descendientes serán figuras importantes en un territorio situado en el valle medio del Ebro, dominando regiones de las actuales Navarra, Aragón y La Rioja. No sabemos casi nada sobre ese conde Casio, del que alguna crónica cristiana posterior afirma que pertenecía a la “nación goda” pero que había abrazado la religión de Mahoma.
Las primeras décadas de andadura de la familia Banu Qasi son un tanto oscuras por la parquedad de las fuentes. Se conservan los nombres de algunos de los descendientes de Casio, quienes se vieron involucrados en distintos acontecimientos de rebeldía, en unos momentos en los que el poder emiral estaba en vías de consolidación y tenía que afrontar distintas sublevaciones muladíes. Coinciden estos años de finales del siglo VIII y principios del IX con una presencia cada vez mayor del imperio carolingio liderado por Carlomagno en la zona situada entre los Pirineos y el Ebro, región que acabaría formando parte de los dominios del soberano franco, y que será llamada “Marca Hispánica”.
Jinete musulmán, siglos IX-X. En un entorno político tan fragmentado y cambiante como en el que fraguaron su poder los Banu Qasi, una sociedad de frontera en la que operaban múltiples bandos enfrentados entre sí, las razias en territorio enemigo eran una práctica constante, y con ellas la captura de prisioneros para su posterior venta como esclavos. © Jose Daniel Cabrera Peña
Musa ibn Musa ibn Qasi, “el tercer rey de España” (816-872)
Será a principios del siglo IX cuando se inicie la época de consolidación y apogeo de los Banu Qasi, durante el mandato de Musa ibn Musa, uno de los nietos del conde Casio. Hay que decir que el nombre de Musa fue bastante recurrente en la familia desde los tiempos de los descendientes directos del conde Casio, y que esto denotaría un cierto homenaje o reverencia al conquistador Musa ibn Nusair (c. 640-c. 716), con quien el propio conde visigodo habría establecido las condiciones de capitulación y sometimiento al incipiente poder musulmán en la península ibérica.
Hacia el año 842 la base del poder de Musa ibn Musa estaría situada en el castillo riojano de Arnedo. En ese mismo año Musa ibn Musa se declaró en rebeldía contra el poder emiral de Abderramán II, y estableció una alianza militar con su pariente García Íñiguez, llamado Garsiya ibn Wannaqo por las fuentes islámicas. Entre ambos lograron derrotar a una expedición de castigo enviada desde Córdoba, y capturar al líder de aquel ejército emiral. Aquella noticia irritó tanto a Abderramán II que decidió él mismo, acompañado por dos de sus hijos, comandar una campaña para castigar y someter a los rebeldes Banu Qasi y Banu Wannaqo. La aceifa punitiva tendría lugar en la primavera de 843. Tras una devastadora razia, Abderramán II sometió a Musa ibn Musa, nombrándolo gobernador (walí) de Arnedo a cambio de fidelidad y de la liberación de los hombres que habían sido capturados en la campaña anterior.
No duraría demasiado la estabilidad, pues al año siguiente Musa y sus parientes vascones volvieron a levantarse contra el emir, en torno a Pamplona, siendo contestados con una nueva razia emiral que devino en un nuevo sometimiento. Mientras tanto, naves normandas atacaban Lisboa, Cádiz y Sevilla, lo que obligó a Abderramán a dividir sus fuerzas para dar respuesta a los intensos saqueos vikingos. Sucedería todo ello durante el verano del año 844, momento de efervescencia de expediciones escandinavas contra las costas peninsulares. Y es que precisamente Musa ibn Qasi sería reclamado por Abderramán para sumar sus fuerzas al ejército emiral y enfrentarse a los vikingos. Una vez más Musa mostrará su naturaleza independiente y talento militar, al separarse de la hueste del emir para organizar una emboscada exitosa contra los vikingos en las cercanías de Morón de la frontera.
No tardaría Musa en volver a sublevarse contra Abderramán II, sucediéndose en los siguientes años levantamientos que ocasionaban la consecuente respuesta armada por parte del emir, al menos en dos ocasiones, en el año 847 y en el año 850. El objetivo prioritario de Musa con estas rebeliones era hacerse con el control de la importante plaza de Tudela, algo que acabaría logrando y que le llevaría a alcanzar sus más altas cotas de poder en la zona media del Ebro. Los años 851-852 serían fundamentales, pues en ellos se producirán las muertes de Abderramán II e Íñigo Arista, este último hermano uterino del propio Musa, y llamado Wannaqo ibn Wannaqo por los textos islámicos.
Entre los años 852 y 859 Musa alcanzará el cénit de su poder, siendo nombrado gobernador de Zaragoza por el nuevo emir, Muhammad I, y actuando de facto como el máximo poder en la cuenca medio del Ebro, y haciéndose llamar, significativamente, “el tercer rey de España”, siendo los otros el emir Muhammad y el monarca astur Ordoño I. Esas dos fechas se corresponden con dos batallas llamadas “de Albelda”, encumbrando la primera al muladí y derribándolo la segunda. Serían aquellos unos años muy propicios para Musa, constituyendo en Albelda una nueva base de su poder, controlando Zaragoza y Huesca y articulando una especie de taifa independiente en el valle del Ebro, logrando, además, que su hijo Lope fuese gobernador de Toledo. Durante esos años entablaría relaciones diplomáticas con los gobernantes carolingios, recibiendo regalos y parabienes de ellos, actuando, en definitiva, como “el tercer rey de España”.
Tal vez ese éxito le hizo adoptar comportamientos cada vez más soberbios, lo que llevó a sus tradicionales aliados pamploneses a abandonarle y a acercarse cada vez más al rey Ordoño I. En el año 859 Ordoño I, que había sido derrotado y humillado por Musa en la primera batalla de Albelda, y el rey pamplonés García Íñiguez, sumaron sus fuerzas para atacar a Musa ibn Musa. Dividieron en dos sus tropas, asediando una parte Albelda y preparándose la otra para hacer frente a la respuesta armada de Musa.
Las huestes cristianas aplastaron a las de Musa, quien resultó herido de gravedad en la contienda y se vio obligado a huir. Después entraron en Albelda y la saquearon y destruyeron hasta sus cimientos, borrando así del mapa la orgullosa ciudad que Musa había ordenado construir como muestra de su nuevo poderío. A partir de ahí Musa ibn Musa ya no pudo actuar como príncipe orgulloso e independiente, siendo incluso abandonado por su hijo Lope, recientemente designado gobernador de Toledo, y quien entendió que los tiempos cambiaban y le convenía más acercarse al victorioso y expansivo Ordoño I.
La derrota en Albelda dio impulso a astures y pamploneses, y Musa se vio obligado a someterse al emir Muhammad I y a solicitarle ayuda contra unos enemigos cristianos que presionaban cada vez más sus dominios en el valle del Ebro. En el año 860 Musa fue desposeído de su cargo de gobernador de la Marca Superior, y dos años más tarde, en septiembre de 862, moría en Tudela, a consecuencia de una lanzada recibida durante un enfrentamiento con su yerno en Guadalajara pocas semanas antes.
Alberto Cañada Juste, uno de los autores que más ha profundizado en el estudio de Musa ibn Musa y de la familia Banu Qasi, considera como características definitorias del personaje “una mezcla de rebeldía, lealtad a veces, deslealtad cuando le convenía, ambición, altanería y sobre todo una valentía a toda prueba”. Todas esas cualidades, y su particular trayectoria vital, hacen de Musa ibn Musa un personaje muy atractivo, que incluso dio pie una trilogía de novelas históricas basada en su vida y la de su familia, publicadas desde el año 2009 por el escritor tudelano Carlos Aurensanz.
Los cachorros del león. Los hijos de Musa ibn Musa (Banu Musa)
Los descalabros sufridos por Musa en sus últimos años traerán una situación de sometimiento de sus hijos al poder emiral cordobés. Dos de ellos habían caído en la condición de rehenes de Muhammad I. Así pues, la década que se extiende entre el año 862 y el 872 vendrá marcada por el sometimiento y obediencia de los Banu Musa al emir de Córdoba. Sin embargo, durante estos años los Banu Musa no olvidarán a su padre y la obra por él edificada, y comenzarán a maniobrar para recuperar lo perdido, acercándose cada vez más al rey cristiano Alfonso III, valorando la posibilidad de volver a levantarse contra el emir Muhammad.
Será entre finales de 871 y principios de 872 cuando cuaje una nueva rebelión organizada por los Banu Musa, Lope, Fortún, Mutarrif e Ismail, encabezada por Lope, el mayor de los hermanos, quien había sido gobernador de Toledo en vida de su padre y gracias a él. Desde su fortín emblemático de Arnedo, Lope y sus hermanos lograron hacerse en poco tiempo con plazas importantes en la Marca Superior, como Zaragoza, Huesca y Tudela. Esa rapidez fue posible porque los hermanos supieron dividir sus fuerzas para atacar de manera paralela y coordinada a las posiciones aludidas, contando, además, con el apoyo del rey pamplonés García Íñiguez, quien era su cuñado, en virtud del matrimonio con su hermana Oria Banu Musa.
Todos esos factores, así como la celeridad, la sorpresa y algún que otro engaño, fueron elementos fundamentales que explican cómo los Banu Musa pudieron conseguir plazas tan importantes en pocos días. Los Banu Musa pasaron con ello a dominar la Marca Superior, controlando enclaves tan importantes como Zaragoza, Huesca, Tudela, Monzón, Arnedo y Viguera.
No es extraño que la reacción del emir Muhammad I no tardase en llegar. Irritado por aquella rebeldía y la subsiguiente pérdida de control en la zona, facultó y recompensó al clan de los Tuchubíes, hombres de su confianza y linaje árabe, para que actuasen desde posiciones como Calatayud y Daroca, situadas en los confines meridionales de los rebeldes, constituyendo estos lugares que debían ser reforzados y fortificados para impedir con ello una posible expansión de los Banu Musa hacia el sur.
Daroca y Calatayud se convertirán, por tanto, en bases de operaciones esenciales desde las cuales los Tuchubíes fieles a Muhammad I combatirán a los sublevados. El emir complementó esas disposiciones preliminares organizando una campaña militar de castigo y sometimiento que él mismo comandaría en la primavera del año siguiente. Aun siendo partidario de enviar a sus hijos a ese tipo de expediciones, Muhammad I entendió que la gravedad de los acontecimientos exigía su presencia física en la zona, al mando de un poderoso ejército que arrasara las tierras de los Banu Musa y, de paso, también las de sus aliados pamploneses.
Aunque aquella campaña le serviría al emir para capturar a Mutarrif Banu Musa, controlar Huesca y recuperar de algún modo el honor perdido, serían los años los que acabarían por poner fin a la mayoría de los Banu Musa. Así Mutarrif y algunos de sus hijos fueron ajusticiados por orden de Muhammad I en septiembre de 873; en la primavera del año 875 fue el mayor de los hermanos, Lope, quien encontró la muerte, pues se descoyuntó un brazo mientras cazaba ciervos, y esa herida grave terminó con su vida. Quedarían Fortún, gobernando Tudela, e Ismail, como únicos supervivientes de la estirpe de Musa ibn Musa.
Hay que decir, no obstante, que no todos los estudiosos están de acuerdo con el hecho de que Fortún sobreviviera a sus otros hermanos. Lo que sí sabemos con certeza es que Ismail actuará como líder de la familia, radicando su poder en Zaragoza, ciudad importante que logró resistir algunas arremetidas lanzadas por las tropas de Muhammad I y sus fieles, manteniéndose en esa situación hasta que es vendida al emir cordobés en el año 875. A partir de ese momento Ismail basará su poder en posiciones como Lérida y Monzón, sucediéndose años de relativa tranquilidad en la zona, coincidiendo con la intensidad de sublevaciones muladíes que estaban empezando a desarrollarse en el sur peninsular.
En verano del año 886 murió el emir Muhammad I, siendo sucedido por su hijo al-Mundir. En su breve mandato de dos años, al-Mundir tuvo que hacer frente a una intensa rebelión muladí comandada por Umar ibn Hafsún desde la inexpugnable fortaleza de Bobastro, en la serranía de Málaga, un nido de águilas ante cuyas murallas el emir resultó gravemente herido, muriendo a consecuencia de aquellas heridas. En el año 888 el fallecido al-Mundir fue sucedido en el emirato por su hermano Abd-Allah, quien tendría que afrontar la etapa más dura de la sublevación encabezada por Ibn Hafsún.
La necesidad de centrar sus esfuerzos en combatir a los rebeldes muladíes traerá un periodo de tranquilidad e independencia a la Marca Superior, aprovechando esa situación Muhammad ibn Lope, nieto de Musa, e Ismail ibn Musa, el único hijo superviviente de Musa el Grande, ambos pertenecientes, por tanto, a la familia Banu Qasi, controlando respectivamente los sectores occidental y oriental de los dominios tradicionales de la familia. Esa situación frenaría el avance de los cristianos, especialmente pamploneses, y no porque los Banu Qasi quisieran pelear en nombre del emir Abd-Allah, sino porque esa resistencia resultaba esencial para la conservación de sus posesiones y su independencia.
En el año 889 muere en Monzón, anciano y lisiado, Ismail ibn Musa, el último de los hijos de Musa ibn Musa el Grande. Sus dominios en la Barbitania, región situada entre las actuales provincias de Huesca y Lérida, habían menguado un tanto en sus últimos años. A partir de entonces comienza el declinar de un clan que había tenido un marcado protagonismo en el valle medio del Ebro durante un intervalo de casi dos siglos.
Muhammad ibn Lope se mantendrá como único Banu Qasi en la zona, intentando recuperar Zaragoza en distintas ocasiones a lo largo de ocho años. El nuevo clan de los Tuchibíes, que habían sido elevados por Muhammad I para frenar a los Banu Qasi desde las posiciones de Daroca y Calatayud, gobernaban ahora en una Zaragoza codiciada por el nieto del gran Musa ibn Musa. Los Tuchibíes y los Banu Qasi ilustran la gestación de clanes familiares anclados en territorios, unos de origen genuinamente árabe y otros de origen muladí, mostrando dinámicas diversas en la configuración de los poderes locales cambiantes en el mundo islámico del emirato.
Sería en uno de sus intentos por recuperar Zaragoza cuando Muhammad ibn Lope encontrará la muerte, en el año 898, habiendo dejado a su hijo Lope ibn Muhammad como señor de Toledo. Lope protagonizará alguna acción militar contra Barcelona, dando muerte en una de sus incursiones a Wifredo el Velloso, conde de Barcelona y Gerona, en el año 897. En el año 898 Lope viajó hasta la zona de Jaén para dialogar con el rebelde muladí Umar ibn Hafsún, para unir fuerzas en la lucha contra el emir omeya Abd Allah. Esa coalición muladí atemoriza a los cronistas de la época fieles a los omeyas, alguno de los cuales se refiere a Ibn Hafsún como “el jefe de los criminales del Mediodía”, y a Lope ibn Muhammad como “el forajido del Norte”.
Pero la muerte del padre de Lope en el asedio a Zaragoza exigió el regreso del hijo al valle del Ebro, para acaudillar el cerco que había iniciado su padre. La muerte le sobrevino a Muhammad por una lanzada asestada sorpresivamente por un zaragozano, siendo su cabeza cercenada y enviada a Córdoba como regalo al emir Abd Allah. En Córdoba la cabeza del temible enemigo fue expuesta durante ocho días, para luego ser enterrada con los honores que merecía aquel bravo enemigo del poder emiral.
Quedará al frente del clan y de los dominios Banu Qasi un joven Lope rodeado de enemigos, cristianos y musulmanes, por todas partes. Presionado por los Tuchibíes desde el sur, por Alfonso III por el oeste, por los pamploneses desde el norte, la situación era complicada para un Lope para el que la dramática muerte de su padre había supuesto un mazazo. Aun así, en los primeros años de la década de los 90 del siglo IX fue capaz de derrotar a un ejército de Alfonso III en Tarazona y de controlar el gobierno de Toledo, retornando la importante ciudad del Tajo, antigua capital del reino visigodo, a las manos de la familia Banu Qasi. De ese modo, cuatro generaciones de Banu Qasi, desde Musa ibn Musa, fueron señores de Toledo. No obstante, ese control de Toledo fue efímero, y Lope debió afrontar nuevos ataques lanzados a sus tierras riojanas y alavesas por el rey asturleonés Alfonso III.
La muerte de Lope ibn Muhammad y la lenta agonía del clan Banu Qasi (907-924)
En esos años Sancho I Garcés asciende al trono de Pamplona, convirtiéndose en un nuevo enemigo más para el último gran líder de los Banu Qasi. En verano del año 907 Lope ibn Muhammad atacó a los pamploneses en su misma capital, Pamplona. Habiendo acampado cerca de la ciudad, Lope cayó en un par de emboscadas que le tendieron las tropas de Sancho Garcés I, muriendo en una de esas celadas, parecida a otras que tan buenos resultados le habían dado al propio Lope en el pasado. A partir de ahí el ocaso de la familia Banu Qasi fue imparable.
El clan fue perdiendo posesiones paulatinamente, pues la muerte de su líder dio alas a sus enemigos, que aprovecharon el momento de confusión y debilidad para arrebatar plazas importantes a los Banu Qasi. Quedaría al frente de la familia Abd Allah, hermano de Lope, conservando posesiones en La Rioja, la Ribera navarra y la zona de Tarazona, manteniendo sumisión al emir de Córdoba y enfrentándose en ocasiones al rey pamplonés Sancho I Garcés. En uno de esos enfrentamientos, en el año 915, Abd Allah fue capturado por hombres de Sancho I Garcés, para ser liberado por su hermano Mutarrif previo pago de rescate al rey vascón. Dos meses después Abd Allah morirá en Tudela, según algún autor musulmán a consecuencia de un veneno que le había sido suministrado mientras permanecía apresado por el rey de Pamplona.
A partir de entonces comienza un proceso de disgregación del señorío de los Banu Qasi, dividido entre hermanos e hijos del fallecido Abd Allah. Llega el momento a poderes expansivos en ambas partes de las difusas fronteras que separaban las tierras de los cristianos y los musulmanes. En el año 912 Abderramán III se convierte en emir de Córdoba, y a partir del 915 estará en condiciones de atender las inestables fronteras septentrionales del emirato.
Un año antes había subido al trono asturleonés Ordoño II, un rey que además de radicar la capital del reino en la ciudad de León llevará a cabo una política militar expansiva. Sancho I Garcés de Pamplona no hará si no ir arrebatando posiciones a los Banu Qasi, convirtiéndose en el principal azote de una dinastía condenada a desaparecer. Así, a la altura del año 923, el rey de los vascones y pamploneses había terminado con los últimos líderes del clan Banu Qasi, conquistando algunas de sus más importantes posiciones en distintas campañas militares.
El cronista Ibn al-Qutiyya sintetiza las claves del inicio de la extinción del señorío Banu Qasi, al decir que:
«Los Banū Qāsī, cada vez más, fueron de capa caída, de mal en peor, sobre todo desde que Sancho, desde Pamplona se atrevía ya con ellos, deseando dominarlos, hasta que por fin subió al trono ‘Abd al-Rahmān, hijo de Muhammad.» (Ibn al-Qutiyya: Tārīj iftitāh al-Andalus. Historia de la conquista de España, p. 98).
De hecho, esos éxitos de Sancho I Garcés motivaron que Abderramán III agilizara los preparativos para lanzar un intenso ataque contra Pamplona. Así, en abril del año 924, un inmenso ejército comandado por el propio emir partió de Córdoba hacia el norte. Aquella campaña asoló las tierras de Navarra y destruyó Pamplona. Al regresar de aquella devastación el emir se detuvo en Tudela y destituyó a los últimos Banu Qasi, llevándoselos consigo a Córdoba para que le sirvieran en sus ejércitos. Entregó Tudela a los Tuchubíes de Zaragoza, ese clan árabe que tanta fidelidad había mostrado a los emires cordobeses desde los tiempos de Muhammad I.
De esa manera Abderramán III, autoproclamado califa cinco años más tarde, puso fin a doscientos años de un señorío muladí que había actuado como una especie de estado tapón de los emires de Córdoba frente a los inicios de la expansión cristiana, y como barrera protectora de un incipiente reino de Pamplona frente a los musulmanes.
De hecho, no puede entenderse la génesis de lo que luego sería llamado Reino de Navarra sin la existencia de ese señorío Banu Qasi, relacionado con al-Ándalus y con Pamplona y, en cierto modo, autónomo frente a todos. Abderramán III todavía no había terminado de someter a los muladíes hijos de Umar ibn Hafsún en Andalucía, y debía entender que los señoríos muladíes lo único que habían dado a sus antecesores habían sido muchos problemas, en forma de rebeliones y guerras que desgastaban el poder emiral, y que le obligaban a concentrar contra ellos esfuerzos y recursos.
Finalizaba así la andadura histórica de una dinastía que supo navegar entre dos aguas, la de los seniores vascones, con ellos emparentados en varias ocasiones, y los emires musulmanes del sur. Musa ibn Musa, el autoproclamado “tercer rey de España”, la figura más importante en la historia de los Banu Qasi, había sentado las bases de un señorío mestizo y bastante autónomo en el valle medio del Ebro, y sus sucesores habían logrado sobrevivir varias décadas gracias al carisma y liderazgo militar de sus jefes, aprovechando las debilidades existentes a uno y otro lado de unas fronteras cambiantes e inestables.
Fuentes y bibliografía
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- Ibn Hayyán: Crónica de los emires Alhakam I y Abdarrahman II entre los años 796 y 847 (Muqtabis II-1), trad. F. Corriente Córdoba, Zaragoza: Instituto de Estudios Islámicos y del Próximo Oriente de la Alfajería, 2001.
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- Ibn Hayyán: Al-Muqtabis III: crónica del emir Abd Allah I entre los años 275 H./888-889 d.C. y 299 H./912-913 d.C, Madrid: Publicaciones del Instituto Egipcio de Estudios Islámicos, 2017.
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- Ibn al-Qūtiyya: Tārīj iftitāh al-Andalus. Historia de la conquista de España por Abenalcotía el Cordobés, J. Ribera (trad.), Madrid: Tipografía de la revista de Archivos, 1926.
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