desinformación, propaganda política
20 marzo 2025.- En un mundo hiperconectado, la desinformación y los eventos aparentemente inocuos se han convertido en herramientas esenciales de la propaganda política, utilizadas por partidos de todo el espectro para engañar, manipular y captar votos. Estas estrategias, que a menudo pasan desapercibidas como maniobras calculadas, explotan la confianza del público, distorsionan la realidad y simplifican narrativas complejas para favorecer agendas específicas.
Lejos de ser meros accidentes o gestos espontáneos, estos mecanismos están diseñados para moldear percepciones y asegurar lealtades, erosionando la capacidad crítica de los ciudadanos.
La desinformación, entendida como la difusión deliberada de información falsa o distorsionada, es un pilar de la propaganda moderna. Los partidos políticos la emplean para sembrar dudas, desacreditar oponentes y construir narrativas que refuercen su base electoral. A diferencia de la mentira abierta, la desinformación suele mezclarse con verdades parciales, lo que la hace más creíble y difícil de refutar. Su objetivo no es solo engañar, sino polarizar y movilizar a los votantes mediante emociones como el miedo, la indignación o la esperanza.
Un ejemplo claro ocurrió durante las elecciones presidenciales de Brasil en 2018. Seguidores de Jair Bolsonaro difundieron masivamente mensajes falsos en WhatsApp, afirmando que su rival, Fernando Haddad, planeaba distribuir "kits gay" en escuelas para indoctrinar a niños. Aunque la historia era una fabricación, su viralidad, amplificada por la falta de regulación en plataformas digitales, influyó en millones de votantes, especialmente en comunidades conservadoras. Este caso demuestra cómo la desinformación, al apelar a valores y temores profundos, puede inclinar elecciones sin necesidad de pruebas.
Por otro lado, los eventos aparentemente inocuos —actos públicos, gestos simbólicos o celebraciones— son utilizados como cortinas de humo o refuerzos propagandísticos. Estos momentos, que parecen desprovistos de intencionalidad política, son en realidad oportunidades para proyectar una imagen favorable, distraer de problemas reales o consolidar una narrativa. Su fuerza radica en su sutileza: al no parecer abiertamente manipuladores, bajan las defensas del público.
Un ejemplo emblemático es el uso de visitas a zonas rurales o barrios populares por parte de políticos durante campañas. En México, durante las elecciones de 2021, candidatos de Morena y otros partidos organizaron eventos como entregas de despensas o bailes populares, presentados como actos de solidaridad comunitaria. Sin embargo, estas actividades estaban estratégicamente diseñadas para asociar a los candidatos con la generosidad y la cercanía al pueblo, mientras se ignoraban críticas sobre corrupción o promesas incumplidas. Lo que parecía un gesto espontáneo era, en realidad, una herramienta para captar votos mediante la empatía fabricada.
Cuando la desinformación y los eventos inocuos se combinan, su efecto se potencia. Un rumor falso puede ser "confirmado" por un acto público bien escenificado, creando una ilusión de autenticidad. Durante la pandemia de COVID-19, por ejemplo, algunos líderes políticos aprovecharon esta táctica difundiendo teorías sobre el origen del virus mientras organizaban eventos relacionados con la compra de mascarillas o conferencias de prensa emotivas. Estos actos, aparentemente altruistas, reforzaban las narrativas desinformativas, captando la atención y el apoyo de votantes confundidos.
El uso de estas herramientas tiene un precio: la erosión de la confianza pública y el debilitamiento del debate democrático. Cuando los votantes son bombardeados con información falsa y manipulados por gestos vacíos, su capacidad para tomar decisiones informadas se ve comprometida. Los partidos, en su afán por captar votos, priorizan el engaño sobre la transparencia, transformando las elecciones en un juego de percepciones más que de propuestas. Este ciclo perpetúa gobiernos que dependen de la propaganda en lugar de la rendición de cuentas.
La desinformación y los eventos aparentemente inocuos son armas silenciosas pero devastadoras en manos de los partidos políticos. A través de rumores amplificados y actos simbólicos, logran engañar al electorado, captar votos y consolidar poder, todo mientras socavan los cimientos de la democracia. Estas tácticas no son exclusivas de un solo contexto o ideología, sino un fenómeno global que exige vigilancia ciudadana. Para contrarrestarlas, es crucial fomentar el pensamiento crítico, regular las plataformas digitales y demandar autenticidad a quienes aspiran a liderar. Solo así se podrá limitar el alcance de esta propaganda disfrazada y proteger el derecho a una política basada en la verdad.
COMENTARIOS