"venceréis, pero no convenceréis", la guerra, alegato
22 marzo 2025,- Las guerras, lejos de ser una solución efectiva a los problemas políticos y sociales, suelen agravarlos y generar consecuencias devastadoras que perduran mucho más allá del conflicto mismo. Si bien pueden parecer una vía rápida para imponer una resolución o suprimir una amenaza, la historia demuestra que las victorias militares rara vez resuelven las raíces profundas de los desacuerdos, y en cambio siembran nuevas semillas de resentimiento, desigualdad y sufrimiento.
Primero, ganar una guerra no equivale a solucionar los problemas subyacentes. Por ejemplo, la Primera Guerra Mundial, que culminó con el Tratado de Versalles en 1919, impuso condiciones tan duras a Alemania que alimentaron un profundo resentimiento nacional. Lejos de erradicar las tensiones políticas y sociales, creó un terreno fértil para el ascenso del nazismo y, eventualmente, la Segunda Guerra Mundial. Las guerras tienden a tratar síntomas —como el control de un territorio o la derrota de un régimen— sin abordar las causas estructurales, como la injusticia social, la pobreza o las ideologías enfrentadas.
Además, las guerras generan un costo humano y material inmenso que perpetúa ciclos de desgracia. Las poblaciones civiles sufren pérdidas de vidas, desplazamientos masivos y traumas generacionales. Por ejemplo, en conflictos recientes como el de Siria, millones han sido desplazados y las infraestructuras destruidas, lo que no solo no resuelve las disputas políticas iniciales, sino que crea nuevos problemas: crisis de refugiados, radicalización y colapso económico. Incluso el bando "victorioso" paga un precio elevado en recursos y estabilidad, como se vio con Estados Unidos tras las guerras en Irak y Afganistán, donde los objetivos políticos iniciales (democratización, seguridad) siguen siendo esquivos décadas después.
«Venceréis, pero no convenceréis» , es una famosa cita atribuida a Miguel de Unamuno, escritor y filósofo de la generación del 98, el 12 de octubre de 1936 en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, durante una ceremonia de la por entonces llamada Fiesta de la Raza, aniversario del descubrimiento de América, en el marco de la guerra civil española. La frase iba dirigida a José Millán-Astray, general del bando sublevado y fundador de la Legión, que increpó el discurso de Unamuno a gritos de «¡Mueran los intelectuales!» (o, según versiones, «¡Muera la inteligencia!») y «¡Viva la muerte!». Fuente: Wikipedia
A medio y largo plazo, las guerras no eliminan los problemas porque no transforman las mentalidades ni construyen consenso. Imponer una solución por la fuerza rara vez genera aceptación genuina entre los derrotados; más bien, incuba deseos de revancha o resistencia. La paz duradera, en contraste, requiere diálogo, negociación y compromisos que aborden las necesidades de todas las partes, algo que la guerra, por su naturaleza destructiva, no puede ofrecer. La reconciliación tras el apartheid en Sudáfrica, aunque imperfecta, muestra cómo el entendimiento mutuo puede lograr más que un enfrentamiento armado.
En resumen, las guerras son una herramienta burda que, aunque pueda alterar el equilibrio de poder temporalmente, no resuelve los problemas políticos y sociales de fondo. Solo perpetúan un ciclo de violencia, miseria y división, dejando a las sociedades más frágiles de lo que estaban antes. La verdadera solución radica en la capacidad humana para construir puentes, no para destruirlos.
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